martes, octubre 31, 2006


Sinceridad con cadenas

Para escribir hay que ser valiente o no tener nada que perder. Me podría inventar una vida, una cara, podría sentir a través de otro personaje, un personaje creado por mí. Sería una forma de liberación. Pero en cierto modo también sería una forma de renunciar a vivir mi vida. Y la verdad es que no tengo el valor suficiente ni para escribir con sinceridad ni para inventarme otra vida y pintarle un alma. Y mucho menos para renunciar a mi insulsa existencia. Y tampoco tengo nada que perder.
Todo lo que escribo nace por dos motivos, que en realidad es uno, solo que a veces se traviste. O es autobiográfico, con o sin adornos. O lo que escribo es completamente inventado y es como un parto, si nace es porque no podía estar más tiempo dentro de mí, ya que se hubiera podrido y me hubiera dejado infectado. Y digo que este último es en realidad el primero travestido porque lo que nace, lo que paro, es una frustración, un anhelo, lo escribo para que alguien lea lo que siento, y no lo enseño para que ese alguien no sepa lo que siento.
Me vendo. Soy un cobarde. Y además no tengo suficiente valor.

jueves, octubre 26, 2006


Abrazos gratis para el Mundo entero

Hay historias que hacen que se le salte las lágrimas a un servidor. Hoy me encontré por casualidad con una de ellas, que a tenor de como han transcurrido las cosas, se ha hecho mundialmente famosa.

Y es que cuando el ánimo anda de capa caída no hay nada mejor que un buen
abrazo.

viernes, octubre 20, 2006



Un caluroso verano chipionero seis años atrás. Atención a la pinta chuloplaya que tengo...

Las casualidades no existen. Eso pienso justo después de que andase pensando sobre qué podía escribir en mi blog. Lo actualizo poco y son pocas las ideas que tengo para hacerlo.Abro el correo y veo uno de mi amigo Edu. Está limpiando su disco duro y me envía un texto que escribí y le envié hace por lo menos seis años.
No es muy bueno pero al menos me sorprende gratamente. Tal vez la emoción de reencontrarme con algo que ni recordaba me hace verlo con otros ojos. Os lo copio a continuación. Al final sigo sin escribir nada, pero comparto con vosotros una pequeña parte de lo que fui a través de lo que escribí.

De repente el cielo se abrió, y lo pude ver, estaba ahí... el secreto, el más oculto secreto y esencia de su ser. Inimaginable a mis ojos pude ver su alma, entrelazada en la esencia de las flores, no comprendí ni comprendo como puede nacer algo así.
Estoy tumbado en mi cama, pensando, intentando saber por qué, cómo lo ha hecho, nadie lo pudo hacer antes, pero... ella es distinta, a todos... y a todas. Es sencillez extrema, paciencia vistosa, cariño receloso, simpatía infantil, ojos color miel, y pelo suntuoso, inimaginable y casi inalcanzable para mí, mortal en alma, su dulce y tierna sonrisa cautiva las miradas, miradas lejanas, miradas ocultas de gentes que no sienten, que no viven, pero ella da vida a todo en cuanto posa su mirada.
Sigo sin explicármelo, sigo sin saber por qué, cómo lo ha hecho, nadie lo pudo hacer antes pero ella... es el ocaso después de la pesadilla, en el que el alma encogida se aferra al destino soñado y sin aceptarlo llora y clama, pero entonces su recuerdo me ilumina, y si está junto a mi... ¡oh!, mi vida no sería la misma, aunque nunca antes fuese igual a lo que será en el futuro. Pienso en el futuro.
¡Qué futuro me esperaría junto a ella!. ¿ puede existir la felicidad sin preocupaciones?, sólo cuando lo sienta lo podré decir, pero... si no tengo preocupaciones, nunca podré quejarme de nada ¡maldito sea el día en que comencé a pensar!, jamás me debieron enseñar, como hoy en día, que es a lo último que se aprende.
En fin, sigo tumbado en mi cama, he quedado en 30 minutos, y la verdad es que no tengo ganas de levantarme, pero... por otra parte...¿ Por qué, cómo lo ha hecho, nadie lo pudo hacer antes, pero ella... ¡ME HA ENAMORADO!.

lunes, octubre 09, 2006

Hay dos paraísos y están en la tierra

Es terrible constatar el carácter mortal de uno mismo. Hay infinidad de escritos con la inmarcesibilidad del alma como trasfondo compuestos por mujeres ya marchitas, por hombres de carnes caídas, por personas que sienten, como yo siento en este momento, que han sido expulsados del paraíso por segunda vez. Ellos han sido expulsados del paraíso del deseo voluptuoso de carnes prietas, de sexo ardiente, del ritual del apareamiento. Yo del de la seguridad confortable de no tener que hacer nada que no quiera hacer, de no preocuparme por si hay qué comer, de tener un parapeto en forma de padre, madre, adulto cercano, que me siga manteniendo aislado de la realidad, que me prodigue atenciones justas, ratos ociosos, casa caliente, cama blanda.
Estos dos son los paraísos por los que pasa el hombre antes de ser expulsado definitivamente hacia esa otra parte de la vida en la que sólo se espera la muerte. La única forma saber de la existencia del paraíso es en retrospectiva, esto es, cuando somos expulsados y nunca más podremos volver.
Al final todos somos desterrados, y son los propios adultos los que empujan. A los ojos de un niño el paraíso adulto es atractivo, y como uno no es compatible con el otro y somos curiosos por naturaleza, terminamos abandonando uno para recalar en otro del que, inevitablemente, seremos expulsados más tarde, cuando otros ocupen nuestro lugar.
Ellos, los adultos, envejecen, yo, el niño, me hago mayor. Adquiero los vicios y las virtudes, aprendo a amar, a odiar, a trabajar por dinero, a saber valorar las cosas: las materiales y inmateriales, aprendo a ser rencoroso (la memoria es un instrumento trágico cuyo único fin es elde hacernos cada vez más egoístas); el perdón practicado en la infancia ahora aparece con una guadaña afilada y es mucho más difícil perdonar, aprendo a ser despiadado, y compasivo. La justicia se vuelve más clara, más precisa a mis nuevos ojos, entro en el juego del mundo adulto, ya no valen excusas, nadie tendrá piedad, sé de antemano lo que puedo y lo que no puedo hacer. Las reglas están escritas, sólo hay que leerlas.
La imaginación se nos empieza poco a poco a apagar, ya no existe Peter Pan. Es magnífico y maravilloso que alguien del mundo adulto se rebele, y escriba un Charlie y la fábrica de chocolate, o La historia interminable, La isla del tesoro o La vuelta al mundo en 80 días. En realidad los grandes escritores son ellos. Los premios Nobel suelen ser autores ya mayores, nostálgicos del amor, escasos de libido, con una infancia tremendamente feliz o pordiosera. No hay extremos. Ellos fueron asimilados por el mundo adulto y sus reglas, como casi todos, y le devuelven al propio mundo obras que son un reflejo de su alma que no es ni más grande ni más profunda que la de cualquier otro adulto asimilado. Y sólo un adulto puede valorarlas porque es requisito indispensable haber perdido la inocencia para mirar con los mismos ojos un poco más lejos de lo que nosotros podíamos haber mirado.
Cuando era pequeño, no recuerdo exactamente la edad, fui consciente por primera vez de que era mortal. No sé a qué se debía pero mi hermana, diez años mayor que yo, me contaba con una Biblia en la mano cuando Eva traicionó a Dios y comió una manzana del árbol prohibido. Entonces, me decía ella, en ese momento un dolor enorme recorrió al hombre, fue expulsado del paraíso y ya no pudieron andar desnudos sobre la faz de la tierra: tenían vergüenza, algo hasta el momento impensable. La regla sería una especie de estigma permanente para hacer recordar a la mujer su error.Recuerdo que yo le pregunté ¿y si Eva no se hubiera comido la manzana nosotros viviríamos para siempre?, sabiendo de antemano la respuesta.
En ese momento me dije a mí mismo que nunca jamás daría mis hijos una manzana ni nada que contuviera manzana (pensé directamente en una papilla de frutas) y así les evitaría el trago de morir. Pensé que nadie más había reparado en este detalle y que sería el primero en hacerlo. Me felicité por ello, pero en realidad no era más que una vía de escape a mi miedo. Cuando Eva comió la manzana todos fuimos condenados. Ahí tiene su origen el pecado según la religión cristiana, y lloré al conocerlo porque imaginé el día en que mis padres morirían y sentía un miedo irracional (sería expulsado del primer paraíso). Lo que entonces no sabía es que había un segundo del que aún he de ser expulsado por los niños de hoy, a los cuales, inevitablemente, los adultos, entre los que yo me encuentro, expulsaremos del primero.

martes, octubre 03, 2006

Emanaciones literarias

Me estoy leyendo mi primer libro de Henry Miller: Trópico de Cáncer. Pensé que era el de Capricornio, pero no, me equivoqué al recordar el título que ahora mismo acabo de verificar.
Cuando empecé hace unos días me desesperé un poco. Llevaba al menos un mes sin leer nada de literatura a causa de los exámenes y me suele pasar que cuando retomo la lectura me cuesta un poco al principio. No tengo ni idea de por qué será, pero no es algo que me preocupe mucho. El caso es que las primeras páginas se me hicieron un poco insufribles, en realidad no contaba nada en ellas y contaba muchas cosas. Eran sobre todo impresiones de su mundo interior. Un mundo interior apabullante, aunque no muy atractivo. La particular belleza de sus impresiones se deben, tal vez, a la candidez con que las tiene. No pretende subyugar su forma de vida a su mundo interior, es más bien lo contrario. Su vagar errático por las calles de París (en esta novela) y su añoranza de su Nueva York natal es lo que le confiere a su mundo interior ese carácter singular. Si yo hubiera sido mitad vagabundo en París hace cincuenta años, con total seguridad no hubiera podido retratar esa sociedad de la que él escribe con cierta apariencia de desgana. Putas, vicio, juego, apariencia, y el confort de los cafés.
Tiene fragmentos soberbios, uno en especial me llamó mucho la atención. Lo reproduzco: "El libro ha de ser absolutamente original, absolutamente perfecto. Por eso es por lo que, enrte otras cosas, le resulta imposible comenzarlo. En cuanto se le ocurre una idea, se pone a impugnarla".
Volviendo a Miller. Es pronto para escribir mis impresiones sobre él. Sobre su lectura. Hay algo que nunca he dicho, ni siquiera comentado cuando leo a un autor. Normalmente, aparte de recibir impresiones cognitivas, también recibo impresiones sensitivas respecto a su escritura. Si bien es cierto que esta está en cierto modo adulterada pues, a no ser que lea a algún autor que escriba en castellano, lo que leo son las traducciones, y por fieles que sean, nunca tendrán el vigor que caracteriza al original.
Las sensaciones a las que me refiero van desde la hosquedad, el gris, la porosidad áspera de la escritura de Saramago, que desbasta zonas de nuestra cabeza y deja al descubierto sensaciones (de reflexión en su mayoría) desconocidas hasta el momento, a la dulce certeza de tener gran parte de razón en la melancolía y la saudade de Pessoa, una certeza que se traga como una oblea crujiente hasta que se queda en el paladar, y con la lengua luchamos por engullir.
Cada autor, empezando por su nombre, y terminando por su biografía casi hagiográfica en algunos casos (por la cantidad de material que se ha escrito de ellos y no por la cualidad de sus vidas) tiene una parte material que me impresiona conforme los leo. Así, nada más empezar, e incluso antes, a leer a Pessoa, un estado de soñolencia que pudiera parecer que sueño si no supiera conscientemente que estoy despierto, me embarga. Y una rotunda saudade de algo que no echo en falta. Pero sus palabras me traspasan de tal forma que creo ver en relieve las sensaciones casi imperceptibles de color violaceo que de sus palabras emanan, y construyen a fuerza de un masajeo constante en la sien.
Gran parte de la crítica literaria, cinematográfica, la relativa a las artes en general y aquella incluso referente a los espectáculos se basan en sensaciones personales. Y tenemos en tal consideración a una persona según sus impresiones, y lo que estas impresiones despierten en nosotros. Y a mí esto no me gusta hacerlo, no porque quiera ser mejor ni hacer algo especial sino porque a no ser que conscientemente me lo plantee, no me sale. Algo que también dice Henry Miller en su libro Trópico de Cáncer, aunque con otras palabras, es algo así como que el artista crea para desestabilizar el sistema de valores de una época, y crear cambios que modifiquen la sociedad. Así la escritura de hace un par de siglos era mejor que la actual, y la pintura del XVI mejor que la del XVIII, etc, etc.
Resumiendo: si un autor no desprende un "olor" particular no lo considero especial. Bucay me transmite sensación de pureza corrompida, de azul con olor de formaldehído impregnando ropas vaporosas y blancas llenas de falsa espiritualidad. Bukovski huele a jabón de viejo, a ceniza reconcentrada, a leche fresca pasada. Y así podría seguir. Pero son sólo sensaciones. Nada más