martes, octubre 03, 2006

Emanaciones literarias

Me estoy leyendo mi primer libro de Henry Miller: Trópico de Cáncer. Pensé que era el de Capricornio, pero no, me equivoqué al recordar el título que ahora mismo acabo de verificar.
Cuando empecé hace unos días me desesperé un poco. Llevaba al menos un mes sin leer nada de literatura a causa de los exámenes y me suele pasar que cuando retomo la lectura me cuesta un poco al principio. No tengo ni idea de por qué será, pero no es algo que me preocupe mucho. El caso es que las primeras páginas se me hicieron un poco insufribles, en realidad no contaba nada en ellas y contaba muchas cosas. Eran sobre todo impresiones de su mundo interior. Un mundo interior apabullante, aunque no muy atractivo. La particular belleza de sus impresiones se deben, tal vez, a la candidez con que las tiene. No pretende subyugar su forma de vida a su mundo interior, es más bien lo contrario. Su vagar errático por las calles de París (en esta novela) y su añoranza de su Nueva York natal es lo que le confiere a su mundo interior ese carácter singular. Si yo hubiera sido mitad vagabundo en París hace cincuenta años, con total seguridad no hubiera podido retratar esa sociedad de la que él escribe con cierta apariencia de desgana. Putas, vicio, juego, apariencia, y el confort de los cafés.
Tiene fragmentos soberbios, uno en especial me llamó mucho la atención. Lo reproduzco: "El libro ha de ser absolutamente original, absolutamente perfecto. Por eso es por lo que, enrte otras cosas, le resulta imposible comenzarlo. En cuanto se le ocurre una idea, se pone a impugnarla".
Volviendo a Miller. Es pronto para escribir mis impresiones sobre él. Sobre su lectura. Hay algo que nunca he dicho, ni siquiera comentado cuando leo a un autor. Normalmente, aparte de recibir impresiones cognitivas, también recibo impresiones sensitivas respecto a su escritura. Si bien es cierto que esta está en cierto modo adulterada pues, a no ser que lea a algún autor que escriba en castellano, lo que leo son las traducciones, y por fieles que sean, nunca tendrán el vigor que caracteriza al original.
Las sensaciones a las que me refiero van desde la hosquedad, el gris, la porosidad áspera de la escritura de Saramago, que desbasta zonas de nuestra cabeza y deja al descubierto sensaciones (de reflexión en su mayoría) desconocidas hasta el momento, a la dulce certeza de tener gran parte de razón en la melancolía y la saudade de Pessoa, una certeza que se traga como una oblea crujiente hasta que se queda en el paladar, y con la lengua luchamos por engullir.
Cada autor, empezando por su nombre, y terminando por su biografía casi hagiográfica en algunos casos (por la cantidad de material que se ha escrito de ellos y no por la cualidad de sus vidas) tiene una parte material que me impresiona conforme los leo. Así, nada más empezar, e incluso antes, a leer a Pessoa, un estado de soñolencia que pudiera parecer que sueño si no supiera conscientemente que estoy despierto, me embarga. Y una rotunda saudade de algo que no echo en falta. Pero sus palabras me traspasan de tal forma que creo ver en relieve las sensaciones casi imperceptibles de color violaceo que de sus palabras emanan, y construyen a fuerza de un masajeo constante en la sien.
Gran parte de la crítica literaria, cinematográfica, la relativa a las artes en general y aquella incluso referente a los espectáculos se basan en sensaciones personales. Y tenemos en tal consideración a una persona según sus impresiones, y lo que estas impresiones despierten en nosotros. Y a mí esto no me gusta hacerlo, no porque quiera ser mejor ni hacer algo especial sino porque a no ser que conscientemente me lo plantee, no me sale. Algo que también dice Henry Miller en su libro Trópico de Cáncer, aunque con otras palabras, es algo así como que el artista crea para desestabilizar el sistema de valores de una época, y crear cambios que modifiquen la sociedad. Así la escritura de hace un par de siglos era mejor que la actual, y la pintura del XVI mejor que la del XVIII, etc, etc.
Resumiendo: si un autor no desprende un "olor" particular no lo considero especial. Bucay me transmite sensación de pureza corrompida, de azul con olor de formaldehído impregnando ropas vaporosas y blancas llenas de falsa espiritualidad. Bukovski huele a jabón de viejo, a ceniza reconcentrada, a leche fresca pasada. Y así podría seguir. Pero son sólo sensaciones. Nada más

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