miércoles, enero 03, 2007

Recuerdos de "antier"

Finalizadas las neuras de 2006 con las campanadas, las uvas y el cava, champán o sidra, procedente para tal evento, felicitado el nuevo año – ¡Feliz año nuevo! – y habiendo cambiado la foto de mi perfil, en la que parecía un intelectualoide de medio pelo (incluso eso proveniendo de mí mismo podría considerarlo un piropo), doy paso a la primera actualización de mi blog en 2007.

Curiosamente el final de año sirve para algo más que engordar un par de kilos, que te llamen o escriban aquellas personas que no suelen hacerlo durante el resto del año, que hagan especiales en la mayoría de cadenas de televisión para recaudar fondos en esta época tan consumista – algunos se sentirán mejor – o cualquier otra variante. Sirve, y a mí al menos me sirve, para descubrir con sorpresa que empiezo a tener pasado más allá del que tuve como niño y adolescente, y el gran descubridor de esta faceta que cada año se irá acrecentando son “las batidoras de 2006”, programas de relleno que fabrican todas las cadenas y en las que aparecen las mejores imágenes del año, las más sorprendentes, las noticias más relevantes, canciones de moda, y demás momentos caústicos que han marcado el agonizante año y en los que siempre hay un rinconcito para la nostalgia. Se echa mano del archivo histórico de Televisión Española y solucionado. Así me descubrí con cierto estupor viendo uno en el que aparecían imágenes de la década de los noventa y comienzos de dos mil, época en las que ya tenía de manera más que sobrada uso de razón. Esto causó en mi un cierto estupor. Recuerdos ya sabía que tenía porque, aunque poca, memoria tengo. No se trataba de eso.

Tenía además un pasado. Un pasado lleno de sentimientos propios y comunes al resto de mortales. Un repertorio de canciones que podría tararear con nostalgia junto a cientos de miles de personas. Series de dibujos animados que comentar no ya con fervorosa pasión sino con incongruente melancolía. Y barba. Y recuerdos de la moda de una época. Si miro una de las pocas fotos que tengo de cuando me hice mayor de edad veo con estupor que lo que entonces me parecía corriente en cuanto a modo de vestir, hoy empieza a estar en desuso. Que las sudaderas anchas no se llevan a no ser que seas rapero y la lleves extra large, que las zapatillas Paredes están completamente ensombrecida por Nike, Adidas y Reebok. Incluso las J’hayber blancas y azules, con su llamita en la lengüeta. Casi un objeto de culto que hoy sería calificado de hortera. Lo que ahora se llevan son los muelles.

Y la separación de mis padres. Un suceso normal en la vida de cualquier persona, padres e hijos. Más normal incluso hoy día, ya que la media de separaciones ha aumentado vertiginosamente en la última década. Y no es culpa de la emancipación y reivindicación igualitaria del género femenino sino por incompetencia masculina. En mi caso y en el de muchos. No sé en qué proporción.
Una separación que viví cuando tenía catorce años y mis padres llevaban 23 años casados. Dejaron de quererse o empezaron a ignorarse a los seis años de haber realizado el enlace. Tengo tres hermanos, 33, 32 y 28 años. Niña, niño, niña y yo. Dos parejas. Me consuela escuchar a mi madre decir que es lo único que le salió bien y de lo que no se arrepiente.

A los dos últimos mi padre no quiso tenernos. Hoy estoy aquí. No soy yo quien deba hablar de él porque cada vez que voy a Sevilla me entero de cosas nuevas que pasaron entre mis padres y que desconozco. Es normal, yo era pequeño, y eso a un niño pequeño no se le cuenta. Yo nunca noté amor en mi casa. Armonía tampoco. ¿Me marcó eso? Hoy sé que más de lo que un principio podría imaginar. Si a mis hermanos que son bastante mayores que yo les marcó, yo no habría de ser menos. Aunque lo de que a mis hermanos les afectase es algo de lo que me he ido enterando más tarde.


Crezco, crezco, crezco. La virtud de cumplir años es inmanente al hecho de nacer, el pasar del tiempo trae cosas buenas y cosas malas. Pero la vida es en sí misma bonita, agradable a veces, y para que la sintamos y disfrutemos, valoremos y sopesemos, es también amarga a sorbos. Como un océano infinito, recorrido por corrientes distintas que llevan a distintas islas. En unas encontramos paz, sosiego, calma, alegría, en otras soledad, tristeza, amargura, pero hay corrientes circulatorias que no conducen más que a un eterno vagar. Un camino interminable.