jueves, agosto 31, 2006

Disculpen mis escasos lectores...

Último deseo de un viejo vagabundo

Escribir, ser grande, amar y ser amado, la gloria y la fama,
una cama mullida donde descansar y soñar, soñar sin mesura,
el mar, recordar viejos amores junto a un café, solitario, azotado
por la brisa del mar, el mar, la brisa, y escuchar gaviotas, andar
descalzo por la playa, tener agujetas, sentirme en forma, comerme
un gran helado lleno de trozos de cereza, el color naranja, repetir las
cosas bonitas(de nuevo el mar), la melancolía controlada,
la seguridad de un presidio, el deseo irreprimible mientras es reprimido,
la lluvia que golpea la ventana mientras estoy bajo las mantas, una
buena película, una caricia de alguien a quien quiero, una mirada
de complicidad, el sol en la cara, la risa siempre puesta, la mano
pronta a ayudar, el corazón latiendo pues mientras lata seguiré vivo, disfrutar, sufrir, valorar.
Escribir lo que sea y que la gente lo llame poesía, reírme de mí
por dejarme llevar un instante y agradecer esas alabanzas hacia mis pensamientos,
esa dulzura benevolente que no es más que piedad hacia mí por sentirme
tan pequeño.
Levantarme con el pelo alborotado, sentir el agua recorrer mi piel, el olor
a canela, enfadarme, reconciliarme, rectificar y saber asumir las derrotas,
sobreponerme y salir adelante, saber que siempre puedo ser mejor,
siempre puedo hacer más feliz a alguien, que puedo querer más, mejor,
ser menos celoso, más comprensivo, menos caprichoso, que puedo volar
sin temor a que se rompan las alas del avión, ordenar mi vida, ordenar mi mente,
mantener las cosas en su sitio.El corazón late, sigo vivo.
Las profesiones de mi vida


“O poeta é um fingidor. Finge tão completamente: Que chega a fingir que é dor: A dor que deveras sente.”

“El poeta es un fingidor. Finge tan constantemente, que llega a fingir que es dolor, el dolor que en verdad siente”

Decía Pessoa de los poetas que eran unos fingidores, y digo yo que entonces todos somos poetas. En distinta medida por supuesto. Unos más otros menos, todo el mundo ha hecho sus pinitos con la métrica, los octosílabos, sonetos, alejandrinos y versos libres. Y a veces mentimos tan bellamente que la mentira se convierte en poesía. Una poesía que disimula lo que en verdad sentimos.

Cuando era pequeño quería ser pistolero. Eso me han dicho siempre mi hermana y mi madre, yo sólo recuerdo vagamente unas navidades en que me regalaron una pistola de vaquero y dentro de la caja iban dos o tres monedas de 25 pesetas. Toda una fortuna para alguien tan pequeño como yo. Ahora que lo pienso tenía menos de cuatro años.
Después quise ser bombero, no sé realmente por qué, nunca me gustaron los camiones de juguete ni tampoco los clips, tal vez oyera algún comentario de alguien mayor tras un incendio aparecido en la tele u ocurrido en el barrio donde vivía.
Esa fiebre se apagó pronto y dejé de querer ser bombero. Hasta los 9 años aproximadamente no volví a tener otra vocación. La de carpintero. Si José lo fue, por qué yo no? Me imaginaba fabricando sillas y muebles, serrando tablas y martillando puntillas por doquier. Esto también se me acabó pronto, haciendo una pequeña manualidad para el colegio con la segueta me salieron varias ampollas en los dedos. ¡No había pensado hasta entonces en mis frágiles manos de infante escolar! Tanto dolor pudo conmigo y la profesión de carpintero me desencantó desde ese mismo momento.
Encontré en el fútbol un sustituto temprano, si bien es cierto que me encantaba y se me daba fenomenal, nunca llegué a pensar seriamente en ser futbolista, hasta ahí no llegaban mis ensoñaciones. Por supuesto nunca llegué a serlo, tampoco pistolero, ni bombero, ni carpintero. Con catorce años, después de pasar todo un verano en reposo absoluto y tras un traumático cambio de domicilio decidí que quería ser periodista. Si escritor no iba a poder ser, cosa que me frustraba mucho, al menos me ganaría el pan con mis palabras.
Fui creciendo y esa ilusión permaneció latente dentro de mí hasta que llegué a segundo de bachillerato. Tenía buenas notas y me daba la media, pero en matemáticas iba fatal. Al final me suspendieron esta asignatura y me quedé para septiembre sólo con ella. Todo el verano dando clases particulares. La aprobé, claro que ya no quedaban plazas para periodismo en la Hispalense de Sevilla. Empecé Humanidades en la Pablo de Olavide. Me gustó mucho el primer año, el cambio a la Universidad, otro tipo de libertad distinto al del instituto. Pero ese gusanillo que tenía en mi interior de estudiar periodismo fue más allá, quería hacerlo en Madrid. Una tórrida tarde de junio en la que debería estar estudiando para los exámenes finales navegaba yo por internet, mirando notas de corte en las distintas universidades. Llegué hasta la Complutense, por casualidad vi el formulario de preinscripción, lo imprimí, lo rellené y lo envié. No dije nada a nadie, vivía sólo por entonces, y sólo pasado un par de semanas se lo conté a mi madre. La respuesta me vino a comienzos de julio, bajaba la basura y había una carta en el buzón, de la Complutense. No tenía ninguna esperanza, así que no la abrí inmediatamente. Tiré primero la basura y antes de subir rasgué el sobre. Lo primero que vi fueron en negrita la palabra aceptado. Casi no pude entender lo que decía y tuve que releerla varias veces para enterarme.
Era el comienzo de mi vida en Madrid. Quedaban muchas cosas por decidir pero desde ese mismo instante supe que me iría. La carrera todavía no la he terminado, me gustaría hacerlo cuanto antes. Ya trabajo, no es ningún medio pero al menos es en un departamento de comunicación. Está bien.
Sé que me quedan muchas cosas de las que disfrutar, día a día intento aprender más, pero la rutina te hace caer en una dinámica que hasta el momento no me ha hecho mucho bien.
Ayer mientras iba en el metro decidí fijarme en un punto cualquiera del suelo y no desviar la mirada hacia ningún lado ni nadie durante al menos cuatro paradas. Hubo dos veces que cambié la vista, pero al final lo conseguí. Esto no tiene nada de particular, ni pretende entrar en ningún libro de record. Me di cuenta que me facilitaba la reflexión, y que podía pensar en tiempos pasados con más facilidad. Mi natural olvidadizo por un instante me recordó que la vida se construye a grandes rasgos pero que sólo los pequeños son los que nos causan añoranza. Mi carácter es poco dado a echar de menos las cosas, procuro adaptarme, pero todo ser humano tiene un lado sensible al recuerdo más íntimo de su pasado, teniendo por intimidad secretos nunca desvelados, sentimientos nunca compartidos, pesares baladíes completamente olvidados.

miércoles, agosto 09, 2006



Una verdad como una catedral

San Pedro en Roma, San Pablo en Londres y la Catedral de Sevilla. Así quedaría el ranking mundial en cuanto a tamaño.
No quiero tratar sobre el carácter religioso de la Catedral, ni tampoco sobre su monumentalidad. Un carácter este, resulta obvio decirlo, del que los sevillanos solemos presumir. Como casi de todo.
Navegando me he encontrado con esta curiosa noticia que a mis ojos pasó inadvertida, data del mes de junio del año pasado:



"Escuela taller Catedral de Sevilla, en memoria a Miguel Ángel Blanco Garrido asesinado por ETA y HB, por esos mamones, el 12-7-97»
M.C.. 01.06.2005

Ocho años ahí y nadie se había dado cuenta. En la reja que hay junto a la puerta de Campanillas de la catedral de Sevilla reza esta leyenda. En la misma época en la que


se produjo el asesinato del concejal de Ermua, las rejas de la catedral de Sevilla fueron desmontadas y restauradas en su escuela taller.
Parece que alguien quiso expresar su rabia y su dolor, y en la forja grabó esta frase. En Forja XXI, la escuela, aseguran que nunca firman los trabajos que realizan en el templo. Dicen que se escribió sin su consentimiento y que la quitarán.

Pablo Mestre: «Es que lo miro todo»
Este joven estudiante de Historia, al que le apasiona la catedral, muestra en la foto el sitio exacto donde puede leerse la hasta ahora secreta inscripción. La descubrió el lunes, mientras guardaba cola para ver el cuerpo incorrupto de San Fernando.





A día de hoy no sé si lo habrán retirado ya que no he encontrado ninguna noticia que volviese a comentar el tema. Dejo el link de la noticia por si teneis interés.









viernes, agosto 04, 2006


Mi primera bicicleta

Las primeras navidades de las conservo un recuerdo nítido son las de 1987. Me regalaron una bicicleta "Motoretta" de color amarillo y un oso de peluche marrón, con un gorro, y una bufanda de color verde y roja. Aprendí a montar en bici, primero con ruedines, y después, leche tras leche, sin ellos. Recuerdo un día de verano que enfilé con la motoretta una calle de mi barrio que desembocaba en un parque de albero delimitado por un pequeño escalón de granito, tenía poca experiencia y no solía correr, así que para experimentar esa dulce flama sevillana a las cinco de la tarde en un mes de verano, empecé a pedalear cada vez más rápido, y más rápido, al final perdí el control, dejé pedalear, abrí las piernas, la bicicleta empezó a hacer zig zag y terminé rebozado como una croqueta amarilla. Hay que decir que estaba sólo y nadie me vio. Me levanté y seguí mi camino, eso sí, mucho más despacio.
Fue la primera vez que fui consciente de que si corría mucho me terminaría cayendo. Aunque eso me siguió pasando con las siguientes bicicletas que tuve.
No recuerdo exactamente qué fue de esa bicicleta. Después tuve una california BMX, que por aquel entonces era lo más. De seguro que quedó arrinconada y terminó en la basura.
El osito de peluche todavía lo tengo, ahora sin gorro, sin bufanda y un poco descosido. Es lo único que conservo de pequeño, nunca he sido de guardar los juguetes, ni las cosas en general.
El osito en cambio me trae otros recuerdos. Todos se remontan a invierno, la época en la que hace un poco de frío en Sevilla. Colocábamos una alfombra roja que teníamos, u otra azul mucho más mullida en el salón, y propio de mi edad (no pasaría los 7 años) me ponía a darle patadas, manotazos, y demás llaves karatekas al oso. Era un flipao de las películas de artes marciales y veía al menos una por día, alguna obsesivamente repetida.
Un objeto conduce a un recuerdo, y este recuerdo a otro recuerdo. Me podría pasar horas escribiendo, pero lo voy a dejar ya. He tardado en empezar porque no sabía que escribir, pero una vez me he acordado de la bici todo ha salido rodado. Por cierto, la foto que adjunto es de la bici que hablo, sólo que la mía era de color amarilla. ¡ Qué recuerdo esos guardabarros y ese sillón que más bien parecía de moto que de bici!