lunes, octubre 09, 2006

Hay dos paraísos y están en la tierra

Es terrible constatar el carácter mortal de uno mismo. Hay infinidad de escritos con la inmarcesibilidad del alma como trasfondo compuestos por mujeres ya marchitas, por hombres de carnes caídas, por personas que sienten, como yo siento en este momento, que han sido expulsados del paraíso por segunda vez. Ellos han sido expulsados del paraíso del deseo voluptuoso de carnes prietas, de sexo ardiente, del ritual del apareamiento. Yo del de la seguridad confortable de no tener que hacer nada que no quiera hacer, de no preocuparme por si hay qué comer, de tener un parapeto en forma de padre, madre, adulto cercano, que me siga manteniendo aislado de la realidad, que me prodigue atenciones justas, ratos ociosos, casa caliente, cama blanda.
Estos dos son los paraísos por los que pasa el hombre antes de ser expulsado definitivamente hacia esa otra parte de la vida en la que sólo se espera la muerte. La única forma saber de la existencia del paraíso es en retrospectiva, esto es, cuando somos expulsados y nunca más podremos volver.
Al final todos somos desterrados, y son los propios adultos los que empujan. A los ojos de un niño el paraíso adulto es atractivo, y como uno no es compatible con el otro y somos curiosos por naturaleza, terminamos abandonando uno para recalar en otro del que, inevitablemente, seremos expulsados más tarde, cuando otros ocupen nuestro lugar.
Ellos, los adultos, envejecen, yo, el niño, me hago mayor. Adquiero los vicios y las virtudes, aprendo a amar, a odiar, a trabajar por dinero, a saber valorar las cosas: las materiales y inmateriales, aprendo a ser rencoroso (la memoria es un instrumento trágico cuyo único fin es elde hacernos cada vez más egoístas); el perdón practicado en la infancia ahora aparece con una guadaña afilada y es mucho más difícil perdonar, aprendo a ser despiadado, y compasivo. La justicia se vuelve más clara, más precisa a mis nuevos ojos, entro en el juego del mundo adulto, ya no valen excusas, nadie tendrá piedad, sé de antemano lo que puedo y lo que no puedo hacer. Las reglas están escritas, sólo hay que leerlas.
La imaginación se nos empieza poco a poco a apagar, ya no existe Peter Pan. Es magnífico y maravilloso que alguien del mundo adulto se rebele, y escriba un Charlie y la fábrica de chocolate, o La historia interminable, La isla del tesoro o La vuelta al mundo en 80 días. En realidad los grandes escritores son ellos. Los premios Nobel suelen ser autores ya mayores, nostálgicos del amor, escasos de libido, con una infancia tremendamente feliz o pordiosera. No hay extremos. Ellos fueron asimilados por el mundo adulto y sus reglas, como casi todos, y le devuelven al propio mundo obras que son un reflejo de su alma que no es ni más grande ni más profunda que la de cualquier otro adulto asimilado. Y sólo un adulto puede valorarlas porque es requisito indispensable haber perdido la inocencia para mirar con los mismos ojos un poco más lejos de lo que nosotros podíamos haber mirado.
Cuando era pequeño, no recuerdo exactamente la edad, fui consciente por primera vez de que era mortal. No sé a qué se debía pero mi hermana, diez años mayor que yo, me contaba con una Biblia en la mano cuando Eva traicionó a Dios y comió una manzana del árbol prohibido. Entonces, me decía ella, en ese momento un dolor enorme recorrió al hombre, fue expulsado del paraíso y ya no pudieron andar desnudos sobre la faz de la tierra: tenían vergüenza, algo hasta el momento impensable. La regla sería una especie de estigma permanente para hacer recordar a la mujer su error.Recuerdo que yo le pregunté ¿y si Eva no se hubiera comido la manzana nosotros viviríamos para siempre?, sabiendo de antemano la respuesta.
En ese momento me dije a mí mismo que nunca jamás daría mis hijos una manzana ni nada que contuviera manzana (pensé directamente en una papilla de frutas) y así les evitaría el trago de morir. Pensé que nadie más había reparado en este detalle y que sería el primero en hacerlo. Me felicité por ello, pero en realidad no era más que una vía de escape a mi miedo. Cuando Eva comió la manzana todos fuimos condenados. Ahí tiene su origen el pecado según la religión cristiana, y lloré al conocerlo porque imaginé el día en que mis padres morirían y sentía un miedo irracional (sería expulsado del primer paraíso). Lo que entonces no sabía es que había un segundo del que aún he de ser expulsado por los niños de hoy, a los cuales, inevitablemente, los adultos, entre los que yo me encuentro, expulsaremos del primero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Has cambiado tu perfil. Ya no te intereso