miércoles, septiembre 06, 2006

“No se hace buena literatura con buenas intenciones ni con buenos sentimientos.” André Gide


Soy bastante desorganizado en bastantes ámbitos de mi vida. Cuando vivía en Sevilla solía tener el piso desarreglado y la habitación patas arriba. Busco un libro, leo una página o dos y lo dejo encima del escritorio, después una revista, una camiseta, la bolsa de haberme comprado otro libro, unos papeles que escribí hace algún tiempo y hojeé por curiosidad – curiosidad desencantada propia del paso del tiempo que nos hace ver con otros ojos lo que pensábamos que era, si no bueno, al menos decente – y así cosas y más cosas.

Todo hecho un lío. Pero de repente un día me levanto con ganas y todo eso lo organizo hasta el más mínimo detalle.
Cada cosa en su cajón, las revistas organizadas por fechas, los libros por orden alfabético, las hojas sueltas en carpetas. Cuando termino creo haber arreglado no sólo mi cuarto o el piso, también mi cabeza.
Entonces veo fácil mantener el orden, tan sólo tengo que volver a colocar en su sitio lo que uso a diario. Pero de repente, siempre me pasa igual, veo imposible mantener el orden.
Tendría que tener detrás a alguien para que recogiese lo que yo dejo.Hasta cierto punto me gusta ese desorden que empieza a despuntar en una habitación con varios libros por medio, me parece un ambiente idóneo para desenvolverme, me siento más yo.

Pero cuando ese desorden aumenta dejo de sentirme tan bien y me embarga un hastío recurrente, y digo recurrente porque sé que hasta cierto punto es cíclico este comportamiento: organizo y desorganizo poco a poco para volver a organizar más tarde.

Esta forma de ser, esta actitud, rige en gran medida mi vida, fluctuaciones constantes, previsibles y dolorosas. El dolor que me causa es de no poder evitar estas situaciones, lo que hoy me gusta mañana me disgusta. Con esto no quiero decir que sea tan voluble como cambiar gustos como la comida, los amigos, el amor, etc.
Lo que escribo a continuación tiene poco que ver con lo que hasta ahora he comentado, el único punto con el que se puede relacionar tal vez es que hablo de un estado de ánimo de el alma – prometo escribir en este blog qué concepto tengo de alma para que podáis entenderme un poco más -. Aquellas épocas, y las llamo épocas porque no suelo tener días sino meses o incluso estaciones enteras, en las que mi alma se encuentra triste, melancólica, dura y temblorosa, sale mi lado más humano, mi lado más intelectual y apasionado. En esas épocas siento más, pienso más, me desasosiego más, huelo más intensamente, tengo más aspiraciones y menos ganas de materializarlas. Amo más, más intensamente, y en todo el día no se me olvida tu sonrisa, Gema.
No te regalo flores ni soy muy original, pero te miro y mis ojos, te darás cuenta, brillan más. Mi forma de ser, hasta un punto despistada, desordenado, un poco caótico, no me permite en la medida en que yo quisiera poder escalonar mi pensamiento hasta volverlo tan complejo como desearía, es por eso que no soy un romántico ingenioso y sí uno que se deja llevar por la corriente más de la pasión que de otra cosa. Si te abrazo es porque lo siento, y si no te digo cien veces al día lo que siento es por no gastar el nombre de ese sentimiento.
Pero sí hay una cosa en la que soy constante y sabes de qué se trata. Decía yo el otro día en este mismo blog lo de “Escribir, ser grande, amar y ser amado, la gloria y la fama...”.

Pues voy a dejar de soñar en este aspecto. Lo que escriba durante el resto de mi vida, mejor o peor, no será nada en un mar de literatura, buenos libros, grandes autores y poetas. Eso lo asumo, y no me cuesta en absoluto. Sé que al menos a las personas que me rodean, tal vez por un rato, les entretenga o, incluso, les haga sentir hacia mí una cierta admiración que se disipará en cuanto me conozcan mejor.
Pero si yo pudiera escribir algo con sentido, una obra larga, compleja, que me llenase, no estaría viviendo mi vida. Ya lo decía Alejandro Casona “Las novelas no las han escrito más que los que son incapaces de vivirlas”.
No podría renunciar a ti, a ser feliz, a la sonrisa que me sale todos los días porque sí, por ese estado de melancolía, apatía externa, por esos malos sentimientos y malas intenciones que decía André Gide, y todo ello por escribir una novela, un poemario, lo que fuera.
No quiero gloria y fama más que con la persona con la que duermo y sueño. No necesito otra cosa más que salud, amigos, familia y tú. Mis aspiraciones crecerán entonces, y tal vez, poco a poco te vuelva a enamorar como lo hice aquella tarde noche en la que helaba y yo te presté mi abrigo en lo alto de una colina de la ciudad de Madrid.


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