sábado, julio 11, 2009

Siempre decimos que el tiempo es relativo pero nunca decimos con respecto a qué. Si yo digo me pica, todo el mundo me preguntará: el qué. Si yo digo estoy angustiado, alguno preguntará por qué.

Ahora, si en mitad de una conversación suelto que el tiempo es relativo nadie me va a preguntar con respecto a qué. Yo sé que mi jornada laboral pasa rápida a pesar de que paso unas diez horas allí. También que cuando quedo con alguien con quien me apetece quedar las manijas del reloj parecen enlentecerse. Y que a veces un día sin ver a una persona es mucho, demasiado, y otras, en cambio, puede pasar un año y parece que fuera ayer cuando nos vimos la última vez.

El tiempo es relativo según la atención que le prestemos a un acontecimiento, según el deseo que tengamos de que llegue, o que pase, o que permanezcamos en un estado concreto - siempre de vacaciones, siempre enamorados, siempre retozando en la cama con quien queremos -.

También con la intensidad con que vivamos ese momento, o con la intensidad con que esperemos algo. Aquí entran también las expectativas que no es otra cosa que un discurso que nos autoconstruimos, bueno o malo, y que vamos contrastando con aquello que realmente vivimos y experimentamos. Muchas veces estas expectativas, buenas y malas, no obedecen a ninguna razón en concreto, ni nada nos indica que algo deba ser como pensamos en primera instancia.

Alguien nos dice: cuidado, disfruta, prepárate, te aviso, ojo, qué suerte, es increíble, tampoco es para tanto, a mí me encantó, me horrorizó y espeluznó pero a los que iban conmigo ni fu ni fa, y así nos construyen nuestras expectativas. Y esperamos que algo de lo que nos han dicho concuerde con la realidad aunque en el fondo esperemos que no sea así.

Y de aquí nacen fracasos y éxitos. Quien atesoraba altas expectativas sobre un trabajo, sobre una relación o una empresa de cualquier tipo, frente a un par de sombras empezará a desanimarse. Y lo contrario con quien de primeras no esperaba gran cosa y, a pesar de ello, se aventura en cualquiera de aquellas y empieza a valorar lo que se encuentra, algo inesperado.

El tiempo es relativo, por tanto, con respecto a nuestros sentimientos. Anhelamos, deseamos, tememos, nos regocijamos, sufrimos y padecemos, nos angustiamos y nos esperanzamos - va y viene la esperanza y la angustia, vaivén de nuestros corazones -, y todo esto mientras esperamos. Las alegrías, si hablamos del tiempo, no pesan ni pasan igual que las penas. No debería, así pues, suceder lo mismo cuando esperamos una u otra.

Y así, en mitad de un discurso o de una conversación, entre cervezas o sentados en un escalón en mitad de la noche, ante un auditorio de alumnos o haciendo proselitismo entre nuestros allegados, soltamos: el tiempo es relativo.

Y en una esquina del aula, de pie frente a los que permanecen sentados en un bordillo o en el lugar más alejado de un grupo que cervecea vespertinamente salta uno y dice: ¿con respecto a qué?.

Pues con respecto a todo, espeta el interlocutor. Y el mundo sigue girando al mismo compás de siempre.

1 comentario:

chambao dijo...

Ah el tiempo…el tiempo es relativo, lo cura todo, al mal tiempo buena cara, el tiempo apremia…al final, entre unas cosas y otras es lo que nos falta o lo que nos sobra, es lo que mide nuestra paciencia e impaciencia, lo que necesitamos para olvidar y para que nos olviden, es el que descoloca nuestros recuerdos y el que nos protege de lo dolorosa que, a veces, es la vida… El que confirma lo inolvidable y el que te hará perdurable cuando dejes de ser tangible. Después de esto, necesito tiempo.